viernes, 29 de enero de 2010

el dador

El dador


Una vez, tuve que donar sangre para un amigo que estaba hospitalizado.
Recuerdo que me levanté un sábado por la mañana, muy temprano, sin desayunar; y conduje lento hacia el hospital. Era un día frío. Comienzos de abril. Al llegar al hospital, fuí al subsuelo en donde estaba la sección de hemoterapia. Conocía el lugar, había estado allí antes. Una vez por un problema estomacal, otra por un esguince en la muñeca, en fin.

Como era de mañana, no había mucha gente. Solo algunos vagabundos durmiendo en los bancos del pasillo o de la sala principal. Espere mi turno un buen rato. Al salir la enfermera y decir mi nombre, fui hacia la habitación. Era una mujer linda pero con muy mal carácter. Tenía lindas piernas.
Me hizo pasar a un cuarto donde había una camilla y un bastidor que separaba la habitación en dos. Entonces me dio un formulario para rellenar con mis datos y responder algunas preguntas. Eran preguntas sobre salud y cuestiones de higiene personal.
Cuando llegue a la pregunta sobre si había consumido drogas alguna vez, marqué la opción “si”, pues, no suelo mentir.

Al finalizar el formulario y entregárselo a la enfermera, ella lo leyó detenidamente. Se tomo su tiempo. No supe si era porque no entendía la letra o porque no comprendía lo que había escrito.
Luego de un largo silencio, me miró y dijo: usted no puede donar sangre, señor, usted ha consumido drogas. A lo que respondí: bueno, sí. Alguna vez me bautizaron, he tomado la comunión, leo los periódicos de vez en cuando, he ido al cine a ver películas horribles, asistí a eventos deportivos, fuí a bares, me emborraché, conquisté mujeres en discotecas con la música a un volumen ensordecedor y con luces multicolores destellantes, he comprado zapatos de cien pesos, he comido mierda enlatada en restoranes de la eme gigante y amarilla, he celebrado navidades, participé de funerales, malgasté mi tiempo leyendo autores que no me interesaban, he sido abanderado en la escuela primaria y he obtenido buenas calificaciones, me han otorgado becas por estudiar, he mirado televisión hasta reventarme la retina, he bebido gaseosa sabor cola, coleccioné revistas eróticas, he presenciado eclipses, he masticado chicle de menta, he escuchado a Pergolini en la radio durante diez años, fuí al zoológico, a centros culturales, a la biblioteca municipal, he adoptado al surrealismo, admiré a Pollock y a Dalí, he concurrido a centros comerciales, fui de viaje de egresados, he trabajado en lugares que odiaba, he rezado a Dios en alguna oportunidad, he estudiado psicoanálisis…

La enfermera me miraba fijo con la boca abierta. No decía nada, ni una sola palabra. Parecía que estaba allí desde hacia siglos, con la misma expresión en su rostro. Quizás se asustó con lo que le acababa de decir. O le resulto más shockeante que ver gente con cuchillos clavados en el pecho, o decapitados por el tren, o mujeres baleadas por sus amantes policías celosos, o vaya uno a saber que...
-esta bien señor, puede retirarse. Ya tenemos suficientes dadores.
Le di las gracias y salí del hospital. Afuera, había un buen día con sol.

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