domingo, 12 de julio de 2009

Blond hair, blue eyes, northern accent


El tipo me pidió cinco pesos para cuidarme el auto. Se los di. Sonrió. Entré.
La noche a esta altura era irreal. Las calles estaban desiertas. El cielo estaba despejado de nubes. Sólo asfalto, noche y alquimias de amor imposible.
El olor a encierro era asfixiante; el calor un cuchillo tibio. Fuí hasta la barra, me senté y pedí un trago. Las doncellas no tardaron en rodearme.
-¿Qué tomamos? Con un trago y cuarenta pesos podemos hacer algo juntos- repetía una de ellas sin parar. La música a un volumen ensordecedor era torturante.
Mirá, tocá -dijo la otra.-tócame-. Me ofrecía su busto rebosante de carne perfumada de sexo, lavanda falsa y barata.
-No hay plata, mami-respondí-. Al cabo de dos minutos estaba solo.
El lugar no era muy grande. Apenas una barra, una pequena pista de baile y un bailador en el centro. Del otro lado de la pista un par de mesas.
En las mesas había algunos borrachos y algunos tipos mayores. Todos anclados al alcoholismo y otras sustancias. Sus rostros los delataban. Algunas chicas bailaban con hombres sin encontrar el paso, otras bebían y fumaban de prestado.
Mi trago se esfumó rápido y también mi dinero. El ambiente era raro.
Miré alrededor y entonces la ví, entre el humo y el alcohol que ya hacia estragos en mi cuerpo y en mi cerebro. Caminé hacia ella. Crucé la pista, tres borrachos, y una centroamericana loca que mostraba sus tetas negras a un joven nerd.

Estaba sentada en una mesa, ella sola. Pequeña, rubia, ojos azules y acento norteño. Hermosa criatura. ¿Quién sabe como llego hasta allí? Por lo que ví, tenía toda la dentadura (cosa medio rara en esta especie de mujeres). Pero eso era un detalle. Me senté en su mesa. Empezamos a hablar. Me contó que laburaba en ese antro hace poco y que en la semana estaba en un supermercado atendiendo la caja. Supuse que me mentía, así que solo me limitaba a responder con monosílabos, o asentía con la cabeza.
Me dijo que trabajaba en ese lugar para juntar y mandarle plata a su familia en paraguay. No tuve más remedio que creerle...

Me sacó a bailar. Al ver su brazo, me di cuenta que no iba a tener relaciones con ella.
Las pulseras negras de plástico en su antebrazo, eran indicio que solo se ocupaba de hacer beber a los clientes. Ella no intimaba .Por cada botella que el cliente compraba, recibía a cambio de parte del barman, una pulsera. Y esto, se traducía en un porcentaje de ganancias de las consumiciones que el cliente hacia.
Tenía al menos veinte pulseras puestas, según pude ver entre las luces dicroicas y la oscuridad del lugar.
La muy turra se frotaba contra mi cuerpo. Sus pechos estaban a punto de salir del escote.
El sudor reinaba en su rostro y el aliento a marlboro era rey en su boca. Bailamos por un buen rato. El mareo me aplastaba la cabeza. Me senté. Tome una cerveza más. Ella ganó otra pulsera. Se rió de mí. Yo también.

Salí tambaleándome hacia el auto. El tipo que cuidaba los autos fumaba relajado con la espalda contra la pared sucia y meada por los perros.
Subí al auto. Salí despacio. A los pocos metros sobre la ruta, había un travesti haciéndome señas. Paré el coche y subió.
Hice dos cuadras, doblé a la derecha y estacioné bajo un árbol. Estaba oscuro.
Agarró mi pija con su boca y chupó como chupan los barcos areneros en el Paraná sacando arena del fondo del río. Ffffffffffffffjjjjjjjjjjuuuuuuuuuuuuu…
Fué terrible. El hijo de puta chupaba mejor que una mina.
Sentía la presión de su boca. Sentí el semen salir de mis conductos y chocar contra su paladar...
Se me aflojaron las piernas y creí desmayarme.
Escupió el semen de su boca y salió del auto. Salí a respirar.
Le di diez pesos y se fué.

Volví a casa escuchando Tom Waits muuuuuy relajado…

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